Si bien las
drogas y su uso tienen una larga historia, hoy la adicción representa un
fenómeno social complejo, de características particulares que, en consonancia
con la Ley de Salud Mental 26657, nos convoca a intervenir integral,
interdisciplinaria e intersectorialmente. El foco ya no está puesto en la
sustancia o en el sujeto sino en las condiciones generales de producción
subjetiva y las condiciones coyunturales de vulnerabilidad individual (familiar
y contextual). En la sociedad de consumo, los sujetos reactualizamos
permanentemente nuestra identidad e imagen
por medio del consumo de un cada vez más nuevo y mejor objeto, con la
omnipresente amenaza de quedar por fuera del mercado. El consumidor puede,
según ciertas condiciones, devenir adicto, produciéndose un impasse en la
reactualización identitaria, cuando queda atrapado en la relación con un objeto
(en este caso “droga”), y alienado en la institución social “adicto”, que le
brinda un soporte al ser. Al mismo tiempo, la situación económico-social de
nuestro país profundiza el clima de inestabilidad permanente y la brecha
económica que, por un lado, dificultan en general el acceso al consumo como
medio de identidad social y, por otro, complejizan las circunstancias en que
las familias cumplen su función de socialización primaria.
Las familias
(más allá de las diversas configuraciones y dinámicas según el contexto social,
histórico y económico) funcionan como un sistema de normas que regulan las
relaciones entre sus miembros y el comportamiento de grupo. En ella se da el
primer aprendizaje de relación con otro. En el desarrollo temprano del niño,
quien desempeña la función materna, viabiliza sus desarrollos de autonomía
psíquica e identitario, por medio del sostén, la manipulación y la presentación
de objeto. Por medio de introyecciones y proyecciones, la familia se irá
constituyendo como grupo interno al psiquismo, adquiriendo doble presencia en
la subjetividad de sus miembros: como identificaciones introyectivas y como
sistema de relaciones de pertenencia. Este sistema no es estático, y atraviesa
diferentes momentos en su ciclo de vida que ponen a prueba la salud de sus
miembros, y sus capacidades de adaptación, transformación y duelo. Un “enfermo”
funciona como “portavoz”, denunciando disfuncionalidades familiares tales como
dificultades para poner límites, vínculos
codependientes, dobles mensajes contradictorios, alteraciones de los roles
familiares, simbiosis madre-hijo, progenitor periférico y progenitor
sobreinvolucrado, deseos de muerte hacia el hijo, mala alianza marital, etc. En
este tipo de familias suele haber un predominio de las funciones proyectivas
sobre las introyectivas, patrones rígidos e identificaciones patógenas. De este modo, la familia es una variable
importante dentro de la problemática de consumo y debe ser incorporada, en lo
posible, dentro de la estrategia de tratamiento para visibilizar y abordar las
problemáticas de la parentalidad, el funcionamiento de las configuraciones
vinculares y sus efectos en los procesos de constitución subjetiva. En los
casos en que la familia no puede o no accede a participar del tratamiento, o
esto se considera insuficiente, la
intervención en términos de la
implicancia subjetiva de la familia continúa, pero se busca además
ampliar la red del paciente con personas significativas no relacionadas con el
consumo.
El abordaje
integral, interdisciplinario e intersectorial implica la búsqueda del
reanudamiento del lazo social, el acceso a la seguridad social, la inclusión en
actividades recreativas, laborales, culturales, educativas, etc y la
articulación con dispositivos terapéuticos. A la par de la historia clínica, se
realizará una historia social, orientada a la intervención de los trabajadores
sociales en pos de una respuesta inclusiva, que le permita al paciente
desarrollar un proyecto vital tendiente a la promoción de la salud. Desde esta
misma perspectiva, se intentará revertir la objetivación de las prácticas y
organizaciones médicas tradicionales promoviendo la atención centrada en el
sujeto. Al ser, en muchas ocasiones, situaciones complejas de vulneración
emocional y desamparo social se realiza un relevamiento de actores y redes
existentes para construir redes de articulación interdisciplinaria.
Desde lo
clínico, la demanda surge frecuentemente tras la detección de un familiar a
quien se intenta incluir en el tratamiento pese a que inicialmente no suele
comprender que el problema le concierne, proyectándolo en el enfermo. Si bien
la familia, en tanto contexto real del tratamiento, puede ser incluida en
diferentes tipos de dispositivo (con o sin paciente incluido, multifamiliares,
multipacientes y multifamiliares, etc), luego de un análisis de la problemática
de consumo intrafamiliar y sus posibles modalidades de abordaje, aquí mencionaremos una estrategia de tratamiento
específica. En la misma se busca la inclusión en un dispositivo coordinado por dos psicólogos, de
característica grupal, multifamiliar, heterogéneo, abierto, de frecuencia de
dos horas semanales, de entre 4 y 9 participantes, centrado en la orientación y
la contención, y que pretende que en el proceso de tratamiento se den
condiciones de nueva producción de subjetividades y sentidos. Para la inclusión
de los participantes se tienen en cuenta factores diagnósticos, situacionales y
disposicionales de los integrantes a incluir que puedan ser favorables o
desfavorables, criterios en relación al grupo y su momento y criterios en
relación a los coordinadores. En la primera entrevista se dan las
presentaciones (de profesionales, familiares y dispositivo), la explicitación
del encuadre, se resalta la idea de
proceso (en contraposición a la respuesta mágica que suelen esperar) y se da
una invitación abierta a que comiencen a hablar de lo que los convoca. Si bien
hay efectos terapéuticos, no es un grupo terapéutico. Los profesionales deben
poder realizar una disociación instrumentar y tener capacidad de escucha para
abordar la problemática desde la necesidad de las familias que consultan,
observando la insistencia de roles, escuchando lo que no saben, promoviendo la
circulación de protagonistas, escapando a los peligros de manipulación de
alguno de los miembros, indagando sobre los modos de control parental,
prestando atención a las marcas de los discursos, identificando crisis, duelos,
observando las escenas (no sólo lo verbal), visibilizando defensas y alianzas
familiares y modos de vinculación. Las intervenciones se orientan a ordenar la
situación planteada, construir una nueva trama familiar (pasaje del objeto al
sujeto), promover la implicación en el problema, reconstruir situaciones
significativas y focalizar en el caso por caso para brindar orientación. El
pasaje de la serialidad de los integrantes al grupo requiere de la
consolidación de identificaciones, de la estructura significativa del grupo y
de un objetivo común. Este grupo externo favorece la puesta en escena de los
grupos internos y procesos primarios y contribuye a la construcción de nuevos
grupos internos, a modo de segundo contrato narcisista que establece diferentes
relaciones con el primero. Con respecto
a los terapeutas, las familias realizan proyecciones sobre ellos tendiendo a
incluirlos en su mito familiar y desplegando diferentes defensas
transpersonales, lo cual deberá ser manejado por los coordinadores de grupo
para el éxito terapéutico.
Este proceso grupal
favorece la formulación de límites claros, el restablecimiento de jerarquías,
roles y funciones, mejoras en la comunicación, sustitución de vínculos e
identificaciones patógenas y la puesta a prueba de nuevas modalidades de
funcionamiento que utilizan de modo auxiliar a los terapeutas para la
contención y ayuda en la elaboración de las situaciones traumáticas,
permitiendo la mejoría del sistema familiar y, con ello, del miembro “enfermo”.