Rebeca Schecter de Kasztelan
(la abuela Gina)
(la abuela Gina)
-Andate viejo de la bolsa
No te quiero y no me importa que estés ahí mirándome.
Cuánto tiempo había pasado desde que su madre le dijera:
-Comé la sopa o viene el viejo de la bolsa.
Juan camina arrastrando sus viejos zapatos, mientra que los chicos y los jóvenes y los grandes siguen su camino sin importarle de él. Ya nadie se asusta del viejo de la bolsa.
Juan camina arrastrando sus viejos zapatos y también sus recuerdos.
-Comé la sopa o viene el viejo de la bolsa.
La voz le llega lejana y un poco apagada por el ruido, los bocinazos, las frenadas de los coches, la gente que apresuradamente transita por la avenida.
-Comé o viene el viejo de la bolsa
y la figura longilínea y ágil de su madre se le acerca con una sonrisa.
La señora retrocedió asustada.
Juan apenas alcanzó a rozar su mano.
Tan ligero había sido el roce que ni siquiera alcanza a comprender porqué se arremolina la gente alrededor suyo.
Porqué:
un coche de la policía
el policía
el policía que insiste
el policía que interroga
el policía que, impaciente, mirándolo le dice:
-¿Qué llevás en esa bolsa?
-Viejo de la bolsa andate, no te quiero
y su pensamiento retrocediendo en el tiempo
la casa con jardín, la cocina tan grande en la que su madre le preparaba las comidas que más le gustaban
las comidas con sabor a folkore rumano, con sabor a Besarabia, borcht, galuchkes, zame...
-Andate viejo de la bolsa
Juan se deja caer en la silla
La barba de Juan se apoya en su pecho.
Los ojos de Juan se detienen en las ramas de un sauce.
-Juan apurate, correme, a ver si me alcanzás.
María lo llamaba.
María siempre quería jugar.
Tenía el pelo rubio y las mejillas rosadas.
Tenía nueve años.
A ver si te movés y abrís esa bbolsa, dice una voz ronca.
Después llegaron sus hermanos, jugaron a la mancha, se treparon a los árboles.
La mano de Juan rozó apenas la mano de María.
María gritó.
Los hermanos corrieron. La madre se acercó. El padre, que en ese mismo momento se estaba sirviendo el té con el agua de un samovar, se acercó también.
Papeles, cartas, fotografías... ¿Podés decirme para qué sirve esto?
Todos rodearon a María, la tranquilizaron, la mimaron.
El padre, en tanto voz severa, interrogaba a Juan.
-¿Porqué lo hiciste?
La voz del policía le resultó conocida.
Ya no veía el sauce.
Ahora eran las calles de Berlín bordeadas de tilos.
Los chicos corrían por las calles cargando las mochilas sobre sus espaldas, al salir del colegio.
Una joven con las ro´dillas enrojecidas por el frío y la nariz escondida en la bufanda le sonrió con sus pícaros ojos.
Juan, recién llegado, estaba embelezado. Levantó su mano en señal de saludo, disponiéndose a acercarse a la desconocida cuando desde una casa vecina se escucharon gritos desesperados.
Un señor de cabello cano se acercó a la ventana desde la que alcanzó a gritar:- ¡Corré María, corré...!
Dos policías lo levantan de la silla en que está sentado.
-Debe estar borracho.-
Juan ve las botas de los policías.-
María, corré María...-
Un disparo.
Otras botas se acercaron a María que había quedado petrificada.
Las rodillas enrojecidas de María se perdieron en la oscuridad del camión.
-Lo llevaremos al Departamento de Policía, allí lo harán cantar.
La cabina del camión es como una inmensa cueva que se desliza por las calles de Buenos Aires.
Por entre las rejas puede ver algunos árboles, puede ver personas, puede ver camiones...
Camiones, camiones, camione.
No paraba de ver camiones y los uniformes y los cascos y los saludos y las voces de mando...
Se le acercó un policía.- acompáñeme, le dijo.
Un pasillo alfombrado. Un gran despacho.
Su primo se adelantó a recibirlo.
El secretario le pide los datos mientras que el pinche del Juzgado escribe sin prestar atención.
Se confundió en un gran abrazo con su primo.
Se conocieron durante unas vacaciones siendo muy chicos.
Sobre el escritorio se veía un paguila de bronce.
Las medallas de su primo serían de bronce?
El joven imberbe sentado frente a la máquina de escribir repetía: Juan... desocupado... agresión en la vía pública...
La secretaria vestida con un uniforme similar al de su primo le extendió el permiso con el que podría salir de Alemania sin inconvenientes.
Juan lo tomó sin mirarlo.
El Oficial de Policía pone delante de él una hoja que Juan no lee.
-firme aquí,- le dice
-viejo de la bolsa no te queremos más por aquí
-viejo andate con tu bolsa, no hay nada en ella
Juan estrujando el permiso salió del despacho de su primo.
Volvió a la casa en la que se había hospedado.
Buscó desesperadamente entre las ruinas.
Algunas mujeres también hurgueteaban entre los escombros.
Juan se lanzó sobre algunas hojas que remolineaban.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
-salí viejo, aquí no queda nada tuyo.
-andate viejo, aquí no te queremos.
Juan tenía veinte años.
Esa noche salio desde Berlín.
Los acompañó hasta la puerta.
Váyase lejos. Espero no volver a verlo.
Juan toma el tren que se desplaza lentamente. Avellaneda, Gerli, Temperley... Berlín, Estrasburgo, Aquisgran, Bruselas, Paris...
-Mamá ahí viene, el viejo de la bolsa.
-Juan llegaste!
-María! Por fin! No pude traer mis dibujos. Se quemaron.
-Somos jóvenes Juan. Empezaremos todo otra vez.
-Se perdió el teatro de títeres que hicimos juntos.
-No te aflijas por eso Juan, lo importante es que estás aquí.
-andate viejo de la bolsa
no te quiero
Otro uniforme. Otras botas.
-Tendrán que acompañarme.
-Soy titiritero y pintor, también escritor... deciles María, deciles que me conocés. Ese camión. No, tampoco soy francés. No, no soy espía. María, que no me lleven! Quedate conmigo María! No me dejes María.
-Andate viejo de la bolsa
no te quiero
no te quedes ahí mirándome
-El recorrido terminó, tendrá que acompañarme. No puede dormir en el tren, en la estación tampoco... Abra esa bolsa.
Juan abre la bolsa.
-Deme sus datos.
-Están todos ahí. Yo soy el viejo de la bolsa. No lo ve? No lo sabe? María es mi novia. Mi país está ahí. Yo estoy ahí.
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