La deseas

Te gusta. Capaz siempre te gustó o te gustó antes y ahora lo volvés a experimentar. No sabés. Y tampoco sabés  bien cómo, ni para qué. En tu idea de futuro (aunque sea inmediato) no calza.  No sabrías ni cuándo verla, ni te imaginas haciendo con ella cosas que hacen las personas que se desean. Pero la deseas. Y algo en tu interior dice que siguiendo los microdeseos, y si la suerte y su deseo te acompañan, terminarás haciendo las cosas que hacen las personas que se desean.

 Un poco de miedo te da. La idea de todo lo que se tendría que reacomodar para que haya un espacio  y un tiempo común. Y también la sensación de que tu cabeza se puede estar adelantando a los hechos (de hecho sabés que lo está haciendo) y tu alma medio pelotuda agradeciendo y sufriendo alternadamente y según tu fe se lo permite, los diferentes escenarios de lo que aún no sucedió.  Y claro también el miedo de que la suerte y su deseo no se alineen con los tuyos. Aunque eso más que miedo es fiaca.

Si. Fiaca. Como si fuera una inversión. Imaginate que te dijeran: Cargá esa tonelada de bolsas y llevalas a ese pueblo, y a la vez vos supieras que en el instante en que hagas eso las bolsas van a dejar de existir. O peor aún, que luego de realizado todo ese esfuerzo, no sólo las bolsas dejaran de existir sino que pasaran a no haber existido nunca. Sería terrible ¿no? ¿No sentirías fiaca de cargar la tonelada de bolsas con ese panorama por venir?

 Y si. La tonelada de bolsas son las expectativas, las proyecciones y las emociones que aparecen y quedan a la espera. Así es la fiaca que sentís cuando la fe mengúa o desconfiás de lo que crees que está sucediendo.

Pero te gusta. Sentís algo lindo y aunque te gustaría apurar las cosas sabés que lo lindo es lo que está sucediendo y sabés que no sabés si te va a gustar lo que luego suceda. ¡Qué enriedo! Pero con esto claro y conciente no te alcanza para dejar de sentir urgencia, premura, ganas de apurar los hechos, de avanzar hacia... hacia... No. No querés avanzar. Es la ansiedad.

Tanta ansiedad sentís que cada vez que suena el celular pensás que es ella. Escuchás los audios una y otra vez para encontrar señales insignificantes de su potencial interés por vos. Ojo. No dudás de lo que sucede cuando están de cuerpo presente. Te preguntás por el lugar que tenés en sus sentimientos y pensamientos cuando cada cual está en la suya. Y no es por idiotez. Tu madurez alcanza para saber que lo mejor que puede pasar cuando dos personas se gustan, y más si prospera la relación, es que cada cual pueda hacer su vida lo más presente en su  tiempo presente, se halle con quien se halle y se encuentre con quien se encuentre. No es una cuestión de celos. No sabés que es. Algún tipo raro de ansiedad que te hace actuar como si quisieras algo que claramente no querés.

Pero no importa. A veces es esto. Un rato de novela, de expresión de sentimientos y romanticismo, para dejar todas esas boberías en una conversación de amigos, o en un hecho literario o artístico, y poder seguir tu vida con el foco que la madurez te ha permitido construir.

Para poder volver a no saber con una sonrisa. Pero no "no saber" todo el tiempo, sino cuando aparece. Un ratito cada algún rato que ese no saber te mariposee mientras tu vida sigue encausandose hacia donde tampoco sabés pero te alegra que sea una mezcla de aventura y misterio

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