(Psicoanálisis de las Configuraciones
Vinculares, Tomo XXXI, Nº 2, 2008, pp 195-225)
Este trabajo recibió el
Primer Premio M. Bernard 2007 otorgado por AAPPG, evaluado por el jurado
compuesto por I. Berenstein, J. Puget y G. Ventrici
«Hacia arriba detrás
duradero-fluir lunecio».
J. L. Borges,
«Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»
Introducción
¿Por qué las familias se aferran al síntoma?
¿Se trata del encuentro de las
resistencias individuales de sus miembros? ¿Podemos encontrar una explicación
vincular que supere la dicotomía entre las teorías estructuralistas, rígidas e
históricas y las que conceptualizan el vínculo como un devenir líquido abierto
a lo nuevo?
Falsa como probablemente lo sean todas las
dicotomías, ésta presenta una curiosa coyuntura: mientras los psicoanalistas
intentamos abandonar las explicaciones causales e identitarias, ancladas en el
Ser, comprobamos con disgusto que las familias no tienen ninguna intención de
acompañarnos en nuestra travesía, y prefieren quedarse bien abrigadas en el
mundo del sentido, tan irresistiblemente histórico y determinista, donde moran
las identidades, las culpas y los destinos.
Reformularé entonces la pregunta,
que será el eje de este trabajo:
¿Qué retiene a las familias en el
terreno del Ser? ¿Por qué se sujetan con tanto ahínco al rígido mundo
simbólico, rechazando sin cortesías nuestras invitaciones al fluido mundo del
devenir vincular?
Hay una explicación posible,
pertinente al menos en algunos casos. En las páginas siguientes trataré de
desarrollar un primer esbozo de esta respuesta. Para ello recurriré a algunas
herramientas de la matemática y la lógica.
Planteo que cuando se busque aquello que
retiene a una familia dentro del plano identitario, del sentido y del sufrimiento,
en muchos casos lo que habrá de encontrarse es un bucle.
Pero antes de desarrollar el
concepto de bucle, revisaré las nociones vinculares que le sirven de sustento y
que, habitualmente, se presentan como extremos antagónicos, con la intención de
trascender el efecto paralizante de las dicotomías y devolver al disenso su
aporte creativo.
1. Dicotomías vinculares
Podemos diferenciar en la
historia reciente del psicoanálisis vincular dos momentos conceptuales bien
diferenciados. Por un lado, la teoría de la Estructura Familiar Inconciente,
que fue el centro de todos los desarrollos teóricos durante los setenta y
ochenta, y por otro la teoría de la presencia, basada en los conceptos de
ajenidad, imposición e interferencia, que en alguna forma reemplazó, a partir
de los años noventa, a la teoría anterior. Ambos hitos conceptuales
corresponden a Isidoro Berenstein, quien en su libro Del Ser al Hacer (2007)
hace un raconto de su propio recorrido teórico.
La teoría de la EFI se basaba en
el sistema de parentesco de Lévi-Strauss e incluía en el triángulo edípico
tradicional un cuarto término: el avúnculo, o dador de la mujer. Esta teoría
poseía un fuerte sesgo historicista: rastreaba los mitos familiares que
atravesaban varias generaciones y dejaban marcas descontextualizadas en los
discursos y en la configuración actual (Berenstein, 1976 y 1980).
En la década del noventa el concepto de
acontecimiento vino a cuestionar las explicaciones históricas de la EFI para
dar lugar a lo nuevo, que hasta ese entonces sólo podía ser incluido en la
estructura como trauma. Luego surgirían los conceptos de ajenidad y presencia,
que completaron la desestructuración de la teoría vincular.
A la luz de los nuevos conceptos,
la vieja teoría estructural empezó a mostrarse rígida y determinista. La nueva
teoría ofrecía varias ventajas. En primer lugar, el concepto de ajenidad daba
cuenta de aquello irrepresentable del sujeto y del otro, incluyendo de esta
manera una dimensión más allá (o más acá) de lo simbólico. En segundo lugar,
los yoes rígidos y definidos por su función estructural se volvían flexibles,
pasando del Ser, entendido como el conjunto de las representaciones que
sostenían la identidad individual, a un Devenir, entendido como un hacer entre
otros, donde el sujeto está en constante cambio y es modificado por el otro y
por su presencia, que excede lo representable.
La inclusión de elementos no
simbolizables en la nueva teoría causó un fuerte impacto entre los psicoanalistas
vinculares que entendieron, empezando por el propio Berenstein, que el modelo
estructural era muy cómodo pero insuficiente, y decidieron, de ahí en más,
resistirse a la tentación de basarse en las explicaciones históricas.
La EFI quedó asociada al
discurso, a la identidad, al Ser, al determinismo, a la rigidez, al pasado. A
este eje conceptual se le opuso la nueva forma de pensar, que implicaba
ajenidad, otredad, Devenir, indeterminismo, flexibilidad y novedad radical.
Al no poder lograr una síntesis
al modo hegeliano o tolerar la coexistencia de los complementarios al modo
taoísta, la teoría vincular quedó atrapada en una dicotomía multidimensional.
a) Pasado versus presente
La Historia quedó acusada de
determinismo y rigidez, asociada al facilismo de las explicaciones redondas y
cerradas. El tiempo se fundió en un presente indeterminado, libre de los
designios del pasado, el cual dejó de ser «la madre de todas las causas», para
convertirse en su opuesto; un irrelevante dato anecdótico sólo referenciable
como vicio del analista.
Se pasó de un modelo rígido donde
el analista era dueño del saber inconciente de la estructura y podía
contemplar, como si fuera el Gran
Hermano de Orwell, a la familia moviéndose como marioneta de los mitos
transgeneracionales, a otro modelo que empezó a concebir el vínculo como «una
serie heterogénea de actos independientes», tal como esos filósofos del Orbis
Tertius borgeano que negaban el tiempo, estableciendo que «el presente es
indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que
el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente». (Borges, 1956)
b)
Devenir líquido versus ridigez estructural del Ser
Al Ser le gusta sentirse sólido,
estable, predecible, eterno. El Ser no se lleva bien con la idea de muerte. La
muerte implica el cambio. Y al Ser le gusta saber quién es, y le gusta que una
vez que lo sabe, las cosas no se le muevan. Como no se puede estar confortable
en la vida si no se la afronta como un devenir hacia la muerte, los vínculos
con fuerte carga identitaria sobrellevan la existencia con temor y frustración.
Viven forzando la identidad, negando el cambio, y festejando ciegos ser lo que
ya no son. El Ser vive siempre viejo, desactualizado. Constantemente se siente
traicionado por la realidad que lo rodea y le cambia, no sólo las fichas, sino
las reglas del juego. «Ya no sos el mismo» o «no te reconozco» son sus
emblemas. El Ser le reprocha al cambio haberse ocultado a sus espaldas, negando
que fue el Ser mismo quien cerró los ojos y sólo vio lo nuevo cuando se le
impuso dramáticamente.
La metáfora de la liquidez de
Bauman (2005) fue pertinente para reemplazar el modelo estructural sólido.
Conceptos como flujo, fluir y liquidez ilustraron el pensamiento vincular ágil
y flexible, superador del pesado armatoste de las rígidas estructuras. El nuevo
modelo permitía pensar la imprevista y sorpresiva novedad radical (Berenstein,
2007) y sortear los determinismos identitarios y funcionales. Pero el logro de
pasar de forma antagónica de lo sólido a lo líquido trajo consigo que lo que
comenzó como un liberador indeterminismo fuera de a poco generando cierta
desorientación.
Para que el vínculo no se
estancara y pudriera, se lo hizo líquido. Así se pensó que podría fluir y
devenir. Pero se olvidó que todo líquido necesita una estructura que soporte su
discurrir, para no derramarse o evaporarse. Se liberó al río vincular de sus
tediosos diques, pero (extendiendo la alegoría) se le quitó también las piedras
con las que podía construir su propio cauce.
Entiendo que la metáfora de la
liquidez debería haber agregado (y no necesariamente reemplazado) dinamismo y
novedad al pensamiento estructural, complementando lo rígido con lo fluido y lo
viejo con lo nuevo.
c) Sistema de parentesco versus relaciones entre sujetos
Como la rigidez estructural tenía
como aliado el pensamiento identitario, que reforzaba el Ser individual, se
empezó a cuestionar también una de sus bases: la noción de parentesco. Para
superar el acartonamiento de estructuras familiares sobredeterminadas por roles
y géneros, se comenzó a revisar este concepto, objetando su pertinencia como
ordenadora de las relaciones dentro de la familia, para utilizar, en su lugar,
la noción de relaciones entre sujetos.
Así, la teoría vincular pareció
quedar obligada a elegir entre modelos familiares fallidos, definidos por
coyunturas sociopolíticas, o grupos humanos sin jerarquías ni ordenadores,
preguntándose, ante la ausencia de parentesco, qué diferenciaba a una familia
de cualquier otro grupo humano.
2. Superando las dicotomias
En síntesis, el pensamiento
dicotómico estableció dos escenarios: uno que ha sido deconstruido hasta el
caos, donde todo es cuestionable, donde no hay parentesco ni roles y donde es
prácticamente imposible hablar o pensar, ya que el ideal es trascender el
lenguaje; y otro espacio en donde todo es desesperanzadoramente rígido e
inmóvil, retorcido de explicaciones y palabras, enmarañado de causas
contradictorias y condenado a la repetición.
Considero que ante una dicotomía
puede hacerse muchas cosas: cuestionarla, superarla, integrarla, deconstruirla
o ignorarla. Lo que no debería hacerse es elegir alguno de sus extremos, pues
ello legitimaría su existencia como antinomia paralizante. Por el contrario,
debería restituírsele a las categorías conceptuales su valor como herramientas
de análisis y dejar atrás su función clasificatoria, identitaria y narcisista.
El concepto de bucle vincular
incluye elementos de las dos posiciones teóricas arriba desarrolladas. Toma de
la EFI la noción de estructura. Y toma de la ajenidad la superación del terreno
simbólico, al incluir lo no representable.
María Laura Méndez (2007) señala
que el orden nunca es total, como tampoco es total el caos.
Ciertamente, cualquier caos,
llevado a determinada escala, adquiere orden. La conocida campana de Gauss
grafica este fenómeno de distribución normal de los eventos azarosos o que no
están estructurados. La teoría geométrica de los fractales irregulares ha
demostrado la aplicación de este concepto estadístico en la topografía.
Por otra parte, como Gödel bien demostró con
su desalentador teorema, ningún sistema puede ser completo y consistente. Todo
ordenamiento es idiosincráticamente vulnerable (Hofstadter, 1987).
Para que un líquido avance debe
tener una estructura que lo soporte y le otorgue dirección. Dadas esas
circunstancias, el vínculo hará lo que sabe hacer por sí mismo: celebrará su
dinamismo y avanzará enriqueciendo a todo lo que viva en él.
Pero ¿de qué se trata este soporte que
habilita el devenir en el vínculo?
Según Méndez, «el código remite
al flujo». El código es el mínimo ordenamiento indispensable para que exista
cualquier grupo humano. Podemos flexibilizar las relaciones entre personas,
pero siempre debemos conservar un mínimo de jerarquía y orden, que permita
sostener el fluir que avanza. Los vicios de la sobrecodificación, es decir, la
excesiva estructuración de las relaciones humanas, derivaron en una atrofiante
rigidez.
Para superar esta estanqueidad,
se recurrió al extremo de abolir el código. Pero cierta codificación es
indispensable. Y esta codificación alude a la filiación, ordenamiento básico
que determina y regula la sucesión generacional (Méndez, 2007).
Es posible pensar que el eje horizontal de la
genealogía puede recibir gustoso grandes flexibilidades (familias ensambladas,
redes parentales, intercambio de roles), mientras que el eje vertical, el que
ordena la secuencia sucesoria entre padres e hijos, sería el encargado de
conservar una estructura primordial. Pero esta presunción requiere de análisis
más profundos.
Por último, vale señalar una
confusión lógica que cimenta la oposición entre la estructuración simbólica
familiar y el devenir fluido de la clínica de la presencia. La EFI era una
estructura simbólica, y por ello podía ser inconciente. Esto no implica que
toda estructura sea simbólica. Que el lenguaje esté estructurado al modo
saussuriano, no implica la inversa, es decir, que toda estructura sea
lingüística. Para superar las estructuras simbólicas que anclan el sufrimiento
en lo identitario del Ser se requiere trascender el sentido, lo
representable... pero no necesariamente la estructura.
Tomaré herramientas de la
matemática para describir un modelo del devenir vincular, y un tipo de
patología que le es inherente, al que llamo bucle vincular.
Esta metáfora parcial del devenir
vincular intenta trascender las antinomias y abrevar tanto en algunos conceptos
estructurales como en la clínica de la ajenidad. El recurso a la matemática
permite pensar en patrones de configuración sin ingresar en el terreno
semántico.
Este modelo matemático combina
una estructura básica organizadora, el código, con elementos indeterminados. Y
ubica como patológico un exceso de simbolización. Es el exceso semántico lo que
genera bucles vinculares, que detienen el devenir y producen rigidez y
repetición.
En muchos casos es un bucle lo que hace que la
familia despliegue operatorias vinculares inconcientes que la aferran al
síntoma, contradiciendo inclusive su demanda explí- cita de curación. La lleva
a solidificar ciertos discursos, mandatos, sindicaciones, explicaciones y modos
de interacción. La retiene en la repetición, instrumentada en la rigidez del
Ser.
Pero no basta con aborrecer el
mundo de los discursos. Tal vez, para arrancar a las familias del péstido lodo
del Ser y llevarlas al fértil suelo del devenir vincular, sea necesario que el
analista hunda sus botas en el barro del sentido.
En resumen: ¿qué es un bucle vincular? Es una
configuración que detiene el fluir.
Existen determinados códigos que,
en vez de remitir al flujo, generan bucles e introducen patología en el
sistema.
3. El bucle
El concepto de bucle (loop)
proviene de la cibernética y es una herramienta muy utilizada en lenguaje de
programación. Un loop es una dinámica recursiva, una operatoria que vuelve
sobre sí misma.
Existen dos tipos de circuitos
recursivos, los abiertos y los cerrados (Hofstadter, 1987). Los bucles abiertos
se caracterizan por volver sobre sí mismos y avanzar agregando algún grado de
incertidumbre o novedad en cada vuelta del circuito. Los sistemas recursivos
cerrados, en cambio, vuelven sobre sí mismos definiendo un círculo
autosustentado y repetido hacia el infinito. De los dos tipos, el que
desarrollaré en este trabajo es el «bucle cerrado», al que de aquí en adelante
mencionaré simplemente como «bucle».
En muchas dinámicas vinculares
patológicas pueden verificarse bucles. Si bien el bucle no es la explicación de
todas las configuraciones mórbidas, sí se cumple la inversa:
Siempre que hay un circuito recursivo cerrado (bucle) en un vínculo,
hay también patología.
Cuando en una familia se produce una
configuración recursiva cerrada, están dadas todas las condiciones para que
surjan síntomas. Y mientras esta configuración no se modifique, la remoción de
algún síntoma será harto difícil y, en el mejor de los casos, éste habrá de ser
sustituido pronto por otro.
4. Metáforas matemáticas
a) Modelo del devenir vincular
Graficaré una organización
flexible de la sucesión generacional, en la que los vínculos pueden fluir en orden
pero sin determinismos. Para ello recurriré a las sucesiones y las series.
Una serie es la suma de los
términos de una sucesión. Una sucesión es una lista de números que siguen una
regla. Por ejemplo:
1, 3, 5, 7, 9,...
Esta lista puede definirse a partir
de la siguiente fórmula:
an = 2n - 1 donde a representa cada término y
n es su posición en la lista.
Esto se traduce: «cada término de
la sucesión se obtiene multiplicando por dos su lugar en la sucesión, y
restándole 1». El cuarto lugar en la lista obtiene así el valor «7».
También puede definirse una
sucesión a partir de una ley de recurrencia, en la que, para definir un
término, se utilizan los anteriores. Ésta sería una definición recursiva de la
misma lista:
an = an-1 + 2
Que se traduce: «cada término de
la sucesión se obtiene sumando 2 al término anterior (an-1)».
Observemos la siguiente sucesión:
an = an-1 + Xn
donde Xn es un número natural
aleatorio, que en cada término obtiene un valor diferente, no definido por el
término anterior. Lo que sí está definido es que cada término será diferente
del anterior y tendrá con el mismo una relación en la que lo toma como
referencia y lo supera, mediante alguna suma indeterminada. Entonces, el
término siguiente a 5, será 6, 14 o 19, o cualquier otro, pero siempre será
mayor. No hay repetición, ni determinismo, pero sí una secuencia armónica en la
que cada término es definido parcialmente por el anterior y contribuye a crear
(también parcialmente) al que le sigue. Esta sucesión se despliega en una
dirección, fluyendo sin rigideces.
Propongo esta fórmula como
metáfora de un código saludable para el devenir vincular.
Los hijos son hijos de los
padres, pero no sólo de ellos. El entorno ambiental, sociopolítico y familiar y
las propias elecciones del sujeto definirán el valor de ese número Xn que le
dará el sello novedoso indeterminado a cada sujeto, a cada generación, a cada
vínculo. Extendiendo la metáfora matemática, los factores externos que definen
el valor de cada Xn pertenecen a otras series, que se entrecruzan, suman o
combinan con la primera. Las series se atraviesan y definen el valor de cada Xn
. Y este valor le da el sello singular a cada elemento, sobre una base
inamovible: los hijos son diferentes a sus padres, pero son sus hijos.
De este modo la novedad ingresa
en un sistema codificado. A propósito, sólo en un contexto codificado y que
conserva referencias de lo anterior, lo nuevo reviste carácter de novedad. Así,
el eje vertical se mantiene ordenado con la fórmula an = an-1 + Xn , que
conserva en an-1 el código de filiación y alberga en Xn el atravesamiento de
otras series que agregan dinamismo en el eje horizontal.
Recapitulando, la sucesión que
representa el devenir vincular tiene un carácter recursivo abierto, donde cada
término es definido parcialmente en referencia al término anterior. En esta
sucesión, cada generación recibe de la anterior, produce una diferencia y
ofrenda a la siguiente. Las asimetrías entre generaciones quedan saldadas, pero
no entre ellas.
b) Patologías
Un bucle consiste en una vuelta
cerrada sobre sí misma, que genera una referencia circular repetitiva en la que
el desarrollo queda detenido. En los vínculos, implica una alteración del orden
sucesorio vertical. Se trata de una modificación en el código, que impide,
total o parcialmente, que un término pueda definirse a partir de una referencia
del término anterior. Cuando esto sucede, los hijos dejan de ser hijos de sus
padres.
Antes de ver viñetas clínicas de esta
operatoria recursiva, intentaremos introducir un loop en nuestra fórmula. Al
ser alterado el código, la referencia no provendrá ya del término anterior,
sino del siguiente. Entonces, en vez de
an = an-1 + Xn
Será
an = an+1 + Xn
Esta fórmula no tiene
interpretación extensiva posible. No hay forma de crear una sucesión a partir
de ella.
Pero entonces ¿cómo pueden existir bucles en
los vínculos si ningún vínculo puede expresar dicha configuración?
La respuesta es que la fórmula del bucle no
puede crear una lista, pero sí puede insertarse en una sucesión ya existente.
Los bucles vinculares se producen en sistemas que, antes de enfermar, poseían
un código saludable. Y el bucle que ingresa a la sucesión no lo hace
modificando el código de todos los términos, sino sólo el de un término. El
código alterado se aplica sólo en una posición de la sucesión. Los demás
términos mantienen el código anterior, aunque, como ya veremos, basta con que
haya un solo código de bucle en la sucesión para que todos los elementos sean
afectados.
Simularemos, para ejemplificar,
una interpretación extensiva de una sucesión que cumpla con nuestra fórmula,
sin ningún bucle:
an = an-1 + Xn
1, 3, 8, 12, 19, 25...
donde cada término se obtiene
sumando al anterior un valor aleatorio, diferente para cada término.
X1 toma el valor aleatorio de 1,
X2 toma el valor aleatorio de 2,
X3 toma el valor aleatorio de 5,
X4 toma el valor aleatorio de 4,
X5 toma el valor aleatorio de 7,
X6 toma el valor aleatorio de 6,
Así, como muestras:
a2 = a1 + X2
a2 = 1 + 2
a2 = 3
y
a4 = a3 + X4
a4 = 8 + 4
a4 = 12
Ahora generaremos un bucle que
involucrará directamente al cuarto y al quinto término.
an = an+1 + Xn
que en este caso es,
puntualmente:
a4 = a5 + X4
Entonces, mientras todos los términos
de la sucesión continúan siendo definidos por el anterior, el término ubicado
en la cuarta posición (en este ejemplo, el que tiene valor 12) tiene otro
código: el cuarto término es definido por la suma del número aleatorio más el
término siguiente, el quinto. El bucle se da porque el quinto término sigue
siendo definido por el cuarto, generándose una referencia circular entre ambos.
Jugaremos un poco con los números
para graficar la oscilación y la repetición resultantes. (El lector que así lo
desee puede saltearse las siguientes páginas y retomar la lectura en el punto
5, pág. 212).
Para simplificar me tomaré la
licencia de mantener constante cada número Xn . Esto es una ficción, ya que
ante tan grande alteración en la estructura familiar, en la vida real, los
demás parámetros (sociales, económicos) también se modifican.
Otra licencia será invertir el
valor del quinto término. Por cuestiones que luego desarrollaré, suele
verificarse que cuando un término es incluido como referencia para un término
de nivel superior, invierte su signo. Así, incluiremos en la fórmula el término
siguiente anteponiéndole un valor negativo.
Entonces, la fórmula de nuestro
bucle será:
an = -an+1 + Xn
puntualmente:
a4 = -a5 + X4
Entonces, en vez de
an = 1, 3, 8, 12, 19, 25...
tendremos:
an = 1, 3, 8,...
(a4 = -19 + 4 = -15)
1, 3, 8,... -15...
Recordemos que mantenemos constante el valor
de Xn para cada término. Para el cuarto, Xn valía 4, pues era su diferencia con
8, el término anterior.
El problema es que ahora debería
modificarse también el valor del término posterior, el quinto, cuyo valor
inicial era «19», pero que ahora, como se define a partir de la suma de Xn más
el anterior, que fue modificado, también se modifica:
an = -15 + 7 = -8
Entonces:
¾ ´v 1, 3, 8, -15, -8,...
Lo mismo sucede con los términos
posteriores al séptimo, que deben ser modificados y trasladan esta modificación
a los siguientes. Como se habrá advertido, el problema lógico radica en que el
cuarto término intenta definirse utilizando un término que es definido por él
(el quinto). Ahora que corregimos el valor del quinto término, y ya no es 18,
sino -8, debemos entonces volver a corregir nuestro término cuarto, que
habíamos inicialmente corregido de 12
a -15.
(a4 = -a5 + X4
= -(-8) + 4
= 12
Pero ahora, nuevamente, debemos
corregir el quinto término, y así sucesivamente. Si seguimos unos pasos con
esta ficción interpretativa, corrigiendo alternativamente cada uno de los
términos, obtenemos los siguientes valores:
an original = 1, 3, 8, 12, 19,...
an con bucle = 1, 3, 8, -15, 19,...
an 1ra. corrección = 1, 3, 8, -15, -8,...
an 2da. corrección = 1, 3, 8, 12,
-8,
... an 3ra. corrección = 1, 3, 8,
12, 19,
... an 4ta. corrección = 1, 3, 8,
-15, 19,...
... an enésima.corrección = 1, 3,
8, (-15 o 12), (-8 o 19),...
Como se observa, se genera una escalada
circular infinita, en donde es imposible arribar a una interpretación estable.
El cuarto término oscila indefinidamente entre -15 y 12. Y el quinto oscila
indefinidamente entre -8 y 19 (arrastrando en cada oscilación al resto de la
lista).
En realidad, la fórmula genera un
circuito indecidible y es insusceptible de ser interpretada por extensión, es
decir, no es posible desplegarla y expresarla. Es un código que, si es
semantizado, produce paradoja, escalada y oscilación. Es esta imposibilidad de
desplegarse lo que vuelve inestable y morboso el sistema, impidiendo cualquier
posibilidad de devenir, de crecimiento.
Si se intenta introducir esta
fórmula en la planilla de cálculo de una computadora, el programa emitirá un
mensaje de error, diciendo que ha detectado una referencia circular indirecta.
El programa dirá que esta estructura no es viable. Es inconsistente e
incongruente.
5. Bucles familiares
Berenstein caracteriza la familia
como un conjunto de sujetos que tienen la particularidad de «ocupar lugares
llamados de parentesco» y relacionarse entre sí en un «espacio inconciente
donde se ubican y son contenidos» (2007, el resaltado es mío).
Los bucles vinculares se producen
cuando un elemento está fuera de su lugar, alterando el eje espacial vertical.
El elemento mal ubicado altera el circuito del fluir energético del sistema al
interrumpir la cadena sucesoria. Cuando esto ocurre, el sistema deja de avanzar
y desarrollarse, y comienza a girar sobre sí mismo, como el agua del río que
queda atrapada por una piedra.
En los bucles familiares, lo que
se altera es la referencia filiatoria. Lo que se «desubica» es un hijo. Un hijo
que no está en su lugar. Como los lugares son relativos, esto es lo mismo que
decir que lo que se desubica es un padre. Un padre o madre que no están en su
lugar en relación con el hijo. Para que esta «referencia filiatoria» funcione
correctamente y sostenga el devenir sucesorio, no basta con que los padres
reconozcan a sus hijos.
Volviendo a nuestro eje central (la pregunta
«qué retiene a la familia en el mundo del Ser») debemos pensar que se trata de
una alteración en la línea sucesoria, producida por un elemento ubicado en un
lugar que no es el suyo.
Ahora bien, aunque sea sólo un
elemento el que se desubica y cierra el bucle, no debe adjudicársele todo la
responsabilidad, de forma individual, por esta trasgresión configurativa. Es
todo el grupo familiar el que ha generado este bucle y lo sostiene con sus
operatorias concientes e inconcientes.
En los sistemas humanos el bucle puede verse
de dos formas:
Una es que, cuando algo detiene
el devenir vincular, el sistema, ante la imposibilidad de avanzar, comienza a
girar sobre sí mismo (como el agua con la piedra), es decir, ante la
imposibilidad de avanzar genera un loop.
La otra forma, solidaria y
complementaria de la anterior, es que si el sistema produce un loop ya no puede
avanzar.
El bucle es tanto la causa que
retiene a la familia en el mundo del sentido (y le impide fluir en el devenir
vincular), como una consecuencia del detenimiento del fluir, o un vehículo de
ese detenimiento.
Más allá de si es causa, efecto o ambos, el
bucle es lo que hace un sistema cuando no avanza. Un sistema vivo se mantendrá
en movimiento. Si no puede fluir y desplegarse, se enredará sobre sí mismo.
Llegados a este punto, nos
encontramos con inferencias que nos generan nuevas preguntas.
En primer lugar deberíamos
definir en qué consiste estar «fuera de su lugar». ¿Cuándo un hijo está en un
lugar que no es el suyo? Parte de la respuesta la conocemos y está relacionada
con las funciones que se esperan de cada lugar. El concepto de rol reúne tanto
el lugar como la función. Sin embargo, en términos de alteraciones sucesorias,
la desubicación pareciera ir más allá de un problema de roles. En este sentido,
tiendo a pensar en una identificación a una posición dentro de la cadena
filiatoria. No me refiero a la identificación individual al objeto a que vela
el deseo del Otro, sino a la posibili- 214 P dad de una especie de
«identificación vincular» a un lugar de nivel superior en la sucesión
generacional.
El segundo interrogante es acerca
de la naturaleza de la «referencia filiatoria» sobre la que se define un
término en relación al anterior. ¿Qué es esta «referencia»? ¿Qué significa, en
la práctica, en la vida real, el an-1 de la fórmula? Berenstein (2004) postula
el acto de imposición como complementario a la identificación, y lo define como
una marca (independiente del deseo de quien la recibe) de su pertenencia al
vínculo. Creo que, así como la ubicación excede al rol, la referencia excede
también tanto a la identidad como a la imposición.
Completando la trilogía de
excedentes, nos toca hacernos la pregunta más inquietante: el «espacio
inconciente» en el que se relacionan los sujetos de la familia... ¿no es
excedido también por un «espacio vincular», no simbolizable, no representable,
y por lo tanto no conciente y no inconciente? ¿Podemos pensar en un «espacio de
la ajenidad»?
6. Viñetas clínicas
Habitualmente, son hechos
traumáticos, o vividos como tales, los que definen escenarios propicios para la
generación de bucles. Muertes, separaciones, desarraigos, y todo aquello que
produzca un vacío no tolerable, crean un lugar vacante que habrá de ser ocupado
por algún otro miembro de la familia, tal vez uno aún no nacido. La marca queda
registrada en el discurso familiar, y sobre todo en la configuración recursiva
resultante.
Cuando una pareja se divorcia, lo más
movilizante para los hijos es percibir débil e indefenso a alguno de sus
padres. En ese caso, probablemente habrá de quedarse junto a él, ocupando el
lugar de la pareja ausente. Para un niño (y muchas veces para un adulto
también) es traumático ver a alguno de sus padres angustiado, desesperado y
desamparado, porque ya no puede sentirse contenido por él. Esto implica, de por
sí, un bucle. El hijo intenta contener a sus padres para que éstos no se
derrumben... y puedan contenerlo a él.
Suele suceder en estos casos que
se produzca en los niños una sobreadaptación. Se ve, entonces, que los niños
suspenden su propia sensibilidad y se hacen fuertes para acompañar al
progenitor que ven más débil. Esto puede tener importantes consecuencias en su
desarrollo, ya que vivirá con culpa el despliegue de sus propias
potencialidades, pues si crece habrá de alejarse de su protegido y tendrá que
volver a abandonarlo.
Esta inhibición de las
potencialidades personales como medio para poder permanecer ubicado en la
posición de un término anterior de la sucesión es lo que en la fórmula grafiqué
como «inversión de signo». Curiosamente, para cuidar de sus padres, el hijo no
debe hacerse más fuerte sino más débil.
Los bucles también tienen efectos en las
generaciones posteriores. El término que está identificado a una posición de
nivel superior transmitirá una referencia oscilante a sus descendientes.
Conductas contradictorias y ciclotímicas, presencias físicas turbadas por una
emocionalidad ausente, violencia y discursos psicotizantes, son marcas de un
bucle que involucra a la generación anterior a los padres, donde los hijos se
encuentran con padres que, de alguna u otra forma, siempre pareciera que «se
van». Esto puede aparecer como depresión, adicciones o alcoholismo en los
padres. Los hijos reciben una referencia poco sólida de parte de alguno de sus
progenitores, el que se encuentra enredado en algún bucle con la generación
anterior o aun más atrás.
Ante esto, puede suceder que los
hijos queden de alguna forma desenganchados de la serie (por no poder recibir
una referencia viable de sus padres) o pueden engancharse en el bucle, yendo
más atrás inclusive que su progenitor, intentando darle a éste la referencia de
la que careció. En este caso, el hijo no se ubica en la generación de sus
padres sino en la de los abuelos, para poder ser padre de sus padres.
En algunos casos la ausencia
traumática de un miembro de la familia funciona como una especie de punto de
fijación vincular sobre el cual habrán de ir enredándose las diferentes
generaciones posteriores.
Ciertas configuraciones producen
reacciones extremas; ante una referencia inflexible que no tolera la
diferencia, los hijos eligen rechazar su inclusión en la serie, como única vía
de poder dar lugar a su singularidad. Si retomamos nuestra fórmula an = an-1 +
Xn , podemos graficar esta dicotomía diciendo que, ante una referencia que sólo
permite an-1, el hijo puede rechazar la serie entera, y aferrarse únicamente a
Xn
Estos hijos cuestionarán a sus
padres en forma excesiva y autodestructiva. Para poder diferenciarse de sus
padres, para poder dar lugar a su singularidad (para poder agregar ese valor
«X» de la fórmula) necesitarán desafiar el sistema rígido que los determina y
contiene pero de forma asfixiante. Al cuestionar a sus padres como base de su
propia definición, el hijo probablemente se saldrá de su lugar en la serie y se
ubicará en una posición de rivalidad, correspondiente a un nivel lógico
superior, produciendo con ello un bucle. Por otra parte, y esto es lo más
patológico para él, deberá realizar un enorme esfuerzo para sobrevivir
sosteniendo su negación de an-1. Y su obstinado rechazo a ser incluido en la
serie lo llevará a cargarse tanáticamente, como forma de negar cualquier deuda
de gratitud hacia los dadores de su referencia, y poder sostener su desprecio
hacia ella.
Quisiera dejar en claro que los
bucles no se generan por el simple hecho de un cambio de roles en la familia.
No se generan bucles porque el padre sea muy maternal y la madre se encargue de
la función paterna. Tampoco es patogénico que otros miembros de la generación
de los padres cumplan, de forma total o parcial, esas funciones, siempre y
cuando ese cambio no sea leído como una ausencia.
7. Bucles y sentido
Berenstein (2004) agrega a lista
de las cinco resistencias freudianas una nueva: la resistencia a lo vincular.
El imposible encuentro con la ajenidad, a partir de la presencia del otro del
vínculo, lleva al sujeto a intentar refugiarse en lo representable, en el mundo
del Ser. En este conocido terreno sus fronteras yoicas están a salvo. El eje
«Ser-identidad-solipsismo-representación-ausencia» sirve de atajo para evitar
el amenazante eje «devenir-sujeto-vínculo-presencia». El lenguaje, el sentido,
las palabras y el pensamiento (al menos el razonamiento que se sostiene en
conceptos) son privilegiados miembros del primer eje.
Bianchi (1998) define el mundo exterior como
lo que queda sin significar, inaccesible a la palabra pero existente. Todo
vínculo humano existe en el mundo simbólico. Sin embargo, no existe sólo en él.
Podemos pensar un terreno no
alcanzado por el mundo del sentido, que el lenguaje no ha logrado capturar.
Este terreno ha sido conceptualizado de diversas formas. Desde el mundo de las
ideas de Platón, hasta el territorio batesoniano, pasando por lo real
lacaniano. No se trata sólo de diferentes nombres. Son distintos modos de dar
cuenta de aquello que está por fuera del registro de lo perceptible. Llamaré
«pre-semántico» a este terreno, para indicar que es anterior (lógicamente
hablando) a su captura por el mundo simbólico. Las conceptualizaciones acerca
de este mundo pre-semántico difieren en la relación que le adjudican con el
mundo simbólico.
Podemos situar al menos tres
articulaciones diferentes entre ambos. Una forma es pensar al mundo simbó- lico
como una copia, una emulación del mundo real. Así, el mundo pre-semántico es
pensado como un modelo, cuya siempre imperfecta copia es el mundo del sentido en
el que vivimos.
Otra forma es pensar en un
territorio cubierto por un mapa. Si bien el territorio es inaccesible, es lo
que da sustento al mapa, como un esqueleto que jamás vemos, por estar cubierto
por la carne simbólica.
Por último, una variante de la
anterior es pensar que una parte del esqueleto queda al desnudo; la carne
simbólica no logra cubrirla. Este «hueso real» que asoma entre la carne es
invisible, pero no por cuestiones ópticas. Debería decirse, para ser más
precisos, que es «inveíble». Y no puede ser visto porque genera horror.
El mundo pre-semántico puede
pensarse, entonces, por fuera de lo simbólico, o cubierto por él, o
excediéndolo. Puede ubicárselo como un resto no alcanzado, existente tras una
frontera, o puede pensárselo co-existiendo debajo o dentro de lo simbólico.
Pero ya sea por estar oculto bajo la carne del
sentido, o por estar demasiado lejos, o por ser horrendo, lo que sí está
consensuado es que el esqueleto pre-semántico no es accesible a la percepción.
En este terreno corresponde
ubicar el concepto de ajenidad (Berenstein, 2004).
El mundo pre-semántico está
omnipresente en la vida humana y, sin embargo, jamás nos encontramos cara a
cara con él. A esto se refiere el incesante trabajo de representar lo ajeno,
que cuando es representado deja de serlo. La clínica vincular, cuando apunta a
trascender el mundo del Ser, no tiene como objetivo acceder al mundo de lo
ajeno. No se propone (o al menos no debería proponerse) arribar finalmente,
como quien logra ingresar a una embajada pidiendo asilo político, al liberador
mundo del más allá de las palabras. Pero sí debe tener esto como ideal y tender
hacia allí, sabiendo que nunca llegará.
Podemos hablar de «grados» de simbolización.
Las familias generalmente están sobrecargadas de palabras, de explicaciones. La
clínica debería tender a disminuir este nivel y así atemperar el caudal
discursivo, acercándolo lo más posible al encuentro vincular. Es una tarea de
grados, no de tipos. No se pasará de una dinámica representativa a una ideal
dinámica libre de representaciones. Pero sí se eliminará parte del pesado
lastre simbólico.
Incluso están excedidas de carga simbólica
aquellas familias en las que clínicamente se verifica una falta de comunicación
o la existencia de importantes secretos. En estos casos se trata de una falta
de decir, pero no de palabras. Las palabras están calladas, o reprimidas, o
desmentidas. Pero están. Y son tan fuertes que exigen por parte de la familia
el patológico trabajo de ocultarlas. Se debería primero darles lugar como
discurso explícito y recién entonces intentar trascenderlas, ya que, como señalaba
Freud, nadie puede ser juzgado en ausencia.
La clínica vincular debería
disminuir el caudal simbólico de las familias porque hay una relación
directamente proporcional entre la cantidad de sentido o discurso que alberga
el sistema y su tendencia a generar bucles.
Esto sucede por dos motivos. En primer lugar,
a mayor pasión por el sentido, mayor intolerancia a lo inefable, a lo
inexplicable... mayor horror al vacío. Un sistema que no tolera huecos tratará
de completarlos, y para ello utilizará como relleno el material que tenga disponible.
Y así como un estómago hambriento se consume a sí mismo, un sistema familiar
hambriento de sentido convocará desesperadamente a sus miembros para que ocupen
el lugar vacante... y alguno, tarde o temprano, se inmolará para cubrir el
agujero, produciendo un bucle. Y así como un organismo sin alimentos se
autodevora, un vínculo que no crece se enreda en sí mismo y se consume en la
repetición. El interrogante que se abre aquí,
y que no intentaré abordar por el momento, es si éste es un vacío simbólico o
presemántico.
El otro aspecto que relaciona la
carga identitaria de los vínculos con su tendencia a generar bucles patológicos
es que los bucles cerrados se producen únicamente en sistemas simbó licos. En
sistemas cargados de sentido es fácil hallar puentes semánticos que pueden
confundir y empastar los niveles lógicos de la sucesión generacional, ya que no
existe una representación de niveles lógicos en el lenguaje (o, como decía
Lacan, no existe meta-lenguaje). El bucle cerrado existe sólo en estructuras
simbólicas. Por eso es tan importante acceder al mundo del devenir vincular,
sin reducir la presencia del otro a las representaciones identitarias. Fuera
del Ser, no hay loops.
Bertrand Russell desarrolló la teoría de los
tipos lógicos, con la que «solucionó» las paradojas de estructura autoinclusiva
(Watzlawick et al., 1967). Las paradojas (que la escuela de Palo Alto
clasificaría en sintácticas, semánticas y pragmáticas) tienen en su núcleo no
otra cosa que un bucle. El gran problema lógico, tanto para los barberos que no
se afeitan a sí mismos como para los mentirosos que dicen mentir, es la
autoinclusión de una clase en sí misma. La posibilidad de incluir una clase
dentro de sí misma genera bucles en la estructura lógica, lo que da lugar a la
paradoja. Este bucle cierra un circuito que a partir de ahí no puede hacer otra
cosa que dar vueltas sobre sí mismo, en una oscilante indecidibilidad, es
decir, imposibilidad de arribar a una decisión sobre la verdad o falsedad de
los enunciados. Esta oscilación se vuelve repetitiva.
Para resolver las paradojas,
Russell recurre al agregado de subíndices lógicos que discriminan los niveles
de abstracción de las clases. Russell crea así los tipos lógicos, y hace algo
drástico: prohíbe la autorreferencia. De esta forma, la estructura lógica de
cualquier sistema formal (los matemáticos utilizan, generalmente, el conjunto
de los números naturales) despliega su recursividad abierta. Una clase no se
puede incluir en sí misma porque continente y contenido pertenecen a niveles
diferentes. La confusión creada por la palabra «clase» es salvada por el
agregado de subíndices lógicos que curan al sistema del irreductible vicio
semántico. No hay peligro de bucles que destruyan la consistencia e integridad
del sistema. No hay riesgo de paradojas.
Sin embargo, la consistencia de
los sistemas formales pretendida por Russell recibió dos golpes rotundos. Uno
se lo dio Gödel, quien con su teorema demostró que todo sistema formal es
incompleto o inconsistente. El segundo golpe se lo dio la realidad: en la vida
real no hay forma de prohibir la autorreferencia. Una estructura abstracta
puede pretender estar exenta de paradojas, utilizando subíndices. Pero en la
concreta vida del ser humano, inmersa en el mundo simbólico, no hay forma de
distinguir diferentes niveles lógicos de abstracción. El pensamiento utiliza
lenguaje, y el lenguaje, por más sofisticado que sea, converge lógicamente en
un mismo plano. A esto se refiere el adagio lacaniano de la no existencia de un
meta-lenguaje. No hay forma de asignar un nivel lógico superior al lenguaje, de
forma que no se «empaste» con los otros niveles. Esto tiene importantes
consecuencias clínicas.
8. La clínica. Ética y
técnica
Pensar en términos de bucles
patológicos implica cuestiones éticas. La deuda que todo sujeto tiene con sus
padres no la debe saldar con éstos, sino con sus hijos. El sujeto no le
devuelve a sus padres, así como tampoco le cobrará a sus hijos lo que les da, y
éstos trasladarán la asimetría a sus propios hijos.
Esta asimetría generacional es el
motor que despliega la vida a través del tiempo. Cada generación queda
equilibrada pero no en un intercambio cerrado con otra generación, sino por la
suma de dos desequilibrios. Recibe de una (sin devolver) y entrega a otra (sin
reclamar).
Cuando la estructura de esta sucesión es
alterada, se produce una configuración patológica.
En el aquí y ahora de la
configuración familiar actual se reflejan los efectos de esta dinámica mórbida,
sea el bucle reciente o arcaico. Esta referencia inestable o indecidible
producida por el bucle queda como marca visible en la operatoria vincular.
¿Qué implicancias técnicas tiene para la
clínica pensar las configuraciones vinculares patológicas en términos de
bucles?
El primer paso para trabajar con
vínculos enredados en bucles es disminuir la carga de palabras y explicaciones
que circula en el sistema. Pero no basta con abstenerse de alimentar de sentido
al bucle vincular; esto sólo detendrá el despliegue recursivo. Se requiere una
mirada estructural que, de alguna forma, libere el bucle mórbido, reordenando
la sucesión, de forma que ésta pueda recuperar una secuencia de despliegue con
recursividad abierta. Se trata de una difícil complementación de la clínica de
las estructuras simbólicas y de la clínica de la presencia.
El concepto de bucle debe
integrarse a la lista de resistencias que, desde lo individual, opera en la
familia para mantener el síntoma, contradiciendo inclusive su demanda explícita
de cura. Lejos de reemplazar, contradecir o superar, se suma a este conjunto,
articulándose en un nivel integrador. El loop vincular da contexto y
significado a los diversos elementos que resisten desde el nivel individual.
Los hace funcionales y los convoca, los requiere y les da vida. Y a su vez, es
sostenido y alimentado por ellos.
Conclusión
He descripto un modelo patológico al que he
llamado bucle vincular. Se trata de un loop producido por autorreferencia. Esta
operatoria recursiva se verifica en sistemas estancos, que al no fluir ni
avanzar permanecen dando vueltas sobre sí mismos. El bucle puede ser tanto la
causa del estancamiento como su herramienta.
En las configuraciones familiares
se encuentran bucles cuando un miembro de la familia está identificado a una
posición que le corresponde a otro miembro de un nivel lógico superior en la
sucesión generacional. Dicho de otra forma, se produce un bucle vincular cuando
un hijo ocupa un lugar que no es el de hijo. La dinámica resultante es
repetitiva, oscilante y generadora de escaladas desgastantes o violentas.
Los bucles son propios de
sistemas familiares sobrecargados de discursos. Se generan en vínculos rígidos,
donde las identidades están fuertemente marcadas en las interacciones y es alta
la intolerancia a la incertidumbre, la ajenidad y el cambio.
He analizado la relación entre los bucles y
las estructuras semánticas, aclarando que no se generan loops en estructuras
sintácticas puras, previas a una simbolización. La imposibilidad del
meta-lenguaje determina que no puedan aplicarse al mundo simbólico las
diferenciaciones de nivel lógico que evitan la autorreferencia en las
estructuras pre-simbólicas. Se trata de una abstracción, ya que el mundo humano
es inevitablemente simbólico.
A partir de estas apreciaciones, entiendo que
la dirección en la cura debería ir en busca de trascender el mundo del sentido
que ancla en lo identitario del Ser, para acercarse al devenir vincular y al
encuentro con la ajenidad del otro, superando los determinismos.
Pero para ello es preciso desatar
los nudos que atan a la familia en el mundo del Ser. Para ello se requiere
deshacer los bucles.
9. Nueva introducción
Surge entonces la pregunta sobre
la técnica: ¿cómo trabajar con los bucles? Pareciera que nos encontramos ante
un bucle teórico: Si se introducen más palabras en el sistema, se aumenta la
carga simbólica del mismo, con lo cual probablemente se generarán más bucles.
Pero si no se atiende a esta operatoria, no es posible destrabar el sistema y
superar el plano del Ser.
Entonces: ¿cómo desarrollar una
clínica vincular que trabaje con la configuración estructural de la familia sin
entrar en el juego simbólico? ¿Podemos imaginar un plano configurativo que
trascienda lo simbólico?
En ese caso estaríamos, al igual
que sucede con la ajenidad, en un terreno nuevo. No se trataría de estructuras
simbó- licas inconcientes, como la Estructura Familiar Inconciente (Berenstein,
1976 y 1980). Estaríamos hablando de estructuras familiares no representables,
no concientes y no inconcientes, configuraciones que exceden lo simbólico y no
pueden ser alcanzadas por las palabras... y no me refiero sólo a las palabras
de las familias, sino a las nuestras.
Por último: ¿qué más podemos obtener de esta
estructura que deviene de forma sucesoria y se enreda en forma de bucle? Hemos
visto su incidencia en el nivel vincular. Pero ¿tiene esta herramienta de análisis
pertinencia en otros niveles? ¿Pueden analizarse bucles a nivel individual? ¿No
tiene acaso el goce pulsional una dinámica de bucle? ¿No podría pensarse a la
pulsión como una insistencia que recorre una estructura simbólica recursiva que
gira en torno a una zona eró- gena? ¿Y no podemos ubicar, nuevamente ahí, en el
exceso simbólico, el regodeo repetitivo de significantes que evidencia el goce
mortificante?
¿Y a nivel social? ¿No pueden
hallarse allí también bucles patológicos? ¿No podemos encontrar en el exceso de
discursos mediáticos un insensato refuerzo de identidades tribales que sirven
de sustento a la violencia en un marco social sin proyectos?
Creo que es posible, y que vale la pena
intentar desarrollarlo.
Gustavo Gewürzmann
Miembro de AAPPG.
texto extraido de:
http://www.aappg.org/wp-content/uploads/2008-Nº2.pdf
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