como una rusa de Constance Heaven,
como una niña escondida tras los libros,
los fantasmas tras las hojas de papel,
asechando,
esperando,
como murciélagos negros revoloteando el techo,
sin abrazos,
sin despedidas,
en soledad.
Una niña que llora,
una madre que abraza,
una muesca que interpreta,
y le dice que no está sola.
Pero no los libros,
no su padre,
no su alma, que se esconde, adentro.
Y arma su coraza del afuera.
Que con lágrimas ablanda,
cuando de grande añora,
ser, aunque sea ella misma, esa madre que no tuvo.
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Talía cuenta que sueña con espíritus. Espíritus negros que se le acercan y no puede hacer nada. Su cuerpo no le responde, se mantiene en tensión, pero no acciona.
Talía cuenta este sueño, resultado del insomnio. Ganas y no ganas de dormir. Ganas y no ganas de despertar. Ganas y no ganas de soñar con espíritus.
Hay un espíritu que la defiende, y al que invocó en vigilia. Pero le cuesta mencionarlo. No le ve el sentido. Como a muchas otras cosas.
Talía hace un gran esfuerzo. Es fuerte.
Talía se enfrenta a sí misma y se quiere cuidar. Se quiere abrazar.
Talía se angustia porque no se puede dormir, y se tiene que despertar.
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